El
buen educador trata de formar en el educando hábitos espirituales
imprescindibles y bien concretos. Son necesidades del hombre que deben
grabarse en su mente y su corazón, hasta hacerse convicciones vividas de forma
natural, dando por descontados los posibles titubeos propios de la
condición humana, y más del adolescente. Entre los más importantes:
Hábito de la fe, para que vivan en una dimensión sobrenatural y aprendan a contemplar la vida, los acontecimientos, las pruebas, los sufrimientos, todo, con los ojos de Dios, de cara a la eternidad, a esa vida perfecta que todo anhelamos en nuestro interior.
Hábito de vida de gracia, ayudados por la recepción frecuente de los sacramentos, y por vivir permanentemente en la presencia de Dios, para que siempre la autenticidad, la honradez y la rectitud (también cuando fallan) regulen sus relaciones con Dios, con el prójimo y con ellos mismos. Que lleguen a experimentar que su vida no la pueden vivir en plenitud si no están invadidos por la misma vida divina; que perciban que su alma tiene sed del Dios Vivo.
Hábito de oración y de intimidad con Jesucristo en la Eucaristía y en todo momento, para que sean jóvenes enamorados del Amor (amor que solo un Dios hecho carne les puede ofrecer). Quién sino Él. ¿Se dejan acompañar por Él en todo momento, también cuando caen?
Hábito de la adhesión inquebrantable a la voluntad de Dios.
Ese creador
es todo amor? ¿Acaso Él no sabrá mejor que nadie el camino cierto de nuestra
felicidad y de nuestra plena realización? ¿Por qué, entonces, tanto miedo a
cumplir la voluntad de Dios?
Hábito de la urgencia apostólica por la salvación de la humanidad, para que la Iglesia y la instauración del Reino de Cristo sean parte de sus ilusiones, anhelos y proyectos. ¿Es que, acaso, hay un negocio mayor que el salvar (por el amor) la propia vida y la de los demás?
Hábito de la renuncia en el seguimiento de Jesucristo y en la donación por amor al prójimo, para que forjen la verdadera vida cristiana, en donde la cruz tiene primacía sobre el placer barato y el éxito humano fácil. Una renuncia vivida con serenidad, sabiendo que nunca les faltará la gracia de Dios para llevar el dolor con dignidad. Saber renunciar a pequeñas cosas, cuánto les ayudará en los momentos más complicados de su vida.
Hábito de la urgencia apostólica por la salvación de la humanidad, para que la Iglesia y la instauración del Reino de Cristo sean parte de sus ilusiones, anhelos y proyectos. ¿Es que, acaso, hay un negocio mayor que el salvar (por el amor) la propia vida y la de los demás?
Hábito de la renuncia en el seguimiento de Jesucristo y en la donación por amor al prójimo, para que forjen la verdadera vida cristiana, en donde la cruz tiene primacía sobre el placer barato y el éxito humano fácil. Una renuncia vivida con serenidad, sabiendo que nunca les faltará la gracia de Dios para llevar el dolor con dignidad. Saber renunciar a pequeñas cosas, cuánto les ayudará en los momentos más complicados de su vida.
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